George
Orwell distinguía entre dos significados de la palabra democracia: una práctica
electoral equitativa y transparente que conduce al gobierno de las mayorías, y
una cultura de la convivencia y plena legalidad en la que se respeta al
individuo y se ejercen las libertades políticas esenciales: expresión,
pensamiento, organización. En ambas acepciones, pero sobre todo en la segunda,
la democracia ha llegado a México con un adjetivo: adolescente. Es una
democracia que ignora sus propios mecanismos y límites, vociferante e
irresponsable, emocional y no inteligente. Tal vez es natural que sea así:
nuestra historia nos preparó para simular la democracia, no para ejercerla. El
problema es que no tenemos tiempo que perder: en términos políticos seguimos
siendo un país marcadamente subdesarrollado y una recaída en el ciclo perverso
que nos ha golpeado al final de los últimos cinco sexenios podría tener
consecuencias inimaginables: recaída en el caudillismo populista, brotes de
fundamentalismo contracultural, aislamiento económico en un mundo
vertiginosamente globalizado, violencia política general y hasta intentos de
secesión. Por eso debemos comenzar a madurar ahora mismo. Hay cinco agentes
históricos de alta responsabilidad en el proceso: los candidatos, los partidos,
el gobierno, los medios de comunicación y la sociedad civil.
Los precandidatos de hoy, candidatos de
mañana, deben ser protagonistas de una contienda ejemplar. Dura y hasta
despiadada si se quiere, pero civilizada y limpia. No una guerra por otros
medios (o por los medios) sino una lucha respetuosa y tolerante. La carrera
presidencial debe ser en sí misma una cátedra ininterrumpida de democracia. Más
allá del carisma, los prestigios míticos o las lealtades corporativas que tenga
un candidato, lo que debe resaltar es su visión. ¿Qué país vislumbra para la
vuelta del siglo, a corto y largo plazo? Los ciudadanos no pueden conformarse
con vaguedades sentimentales, declaraciones insustentables o demagógicas
utopías. Las visiones deben ser claras y cuantificables, referirse a los
problemas nacionales con criterios de prioridad y anclarse en las preposiciones
básicas: qué hacer, cuándo, con quiénes y como.